Durante varios meses de 1998, transcribí el diario que mi abuelo redactó en el verano de 1937, cuando estuvo destinado en el batallón 43 (Cultura y Deporte) de gudaris, en plena guerra civil. El cuaderno, escrito a lápiz en una apretada y cuidada caligrafía, había permanecido en manos de sus hijos, como un testimonio privado. Y así se iba a quedar, pero la lectura del mismo me indicó que aquel relato, no exento de algún interés antropológico, contaba con un claro valor historiográfico. Le hablé de él a Santiago de Pablo, catedrático de Historia Contemporánea de la UPV/EHU, quien se interesó por el texto y, tras leerlo y recibir el permiso de la familia, se publicó en el tomo correspondiente a 2006 de la revista de la Fundación Sancho el Sabio, el centro de estudios vascos de referencia.
Esto que sigue es mi introducción al artículo:
Nacido en Salamanca el 28 de agosto de 1905, José María García Hernández emigró siendo niño, en compañía de sus padres y de su hermano, a Bilbao. Se asentaron en Basurto, entonces un barrio del extrarradio, muy alejado del núcleo de la villa, pero que gozaba de cierta animación social gracias a la cercanía del Hospital. Bilbao es generoso: admite con franqueza y estilo al recién llegado y más en aquellos años de principios del XX, cuando la capital vizcaína vivía uno de sus momentos de esplendor. Eso sí, la incorporación del inmigrante es fácil, pero tampoco un chollo. Como se refleja en el diario que escribió durante la Guerra Civil, la familia y los amigos de aventura son el nexo básico para la supervivencia. No hay pueblo, caserío o clan de referencia. Como siempre, aquí y allí, mejor o peor, el advenedizo es el advenedizo.
Aunque es un diario urgente, escrito en días angustiosos, bajo las bombas o temiendo su llegada, los sentimientos del autor están presentes: forma parte de un batallón de gudaris, pero en ningún momento habla de patria (ni Euskadi ni España); es republicano, pero quiere que termine la guerra para volver con su familia; se interesa por cobrar el salario: es lógico, tiene una mujer embarazada de cinco, seis, siete meses y una hija de cuatro años. Tiene hambre, se cansa con la disciplina militar, no entiende la confusa y errática trayectoria de “su” ejército. Admira a los fascistas por su organización, pero no traiciona a los suyos. Pesca truchas con bomba y toma el sol en la playa. Como sanitario, atiende a los heridos con diligencia. En fin, un soldado eficiente, que era consciente de la trascendencia del momento: este es el único documento escrito con cierta entidad que dejó para la posteridad mi abuelo, José María García Hernández. Y lo conservó en momentos que no eran los mejores para ello.
El diario está escrito a lápiz en un cuaderno en octavo, con 37 páginas. He corregido alguna falta de ortografía y de puntuación, pero he respetado la sintaxis. Además, he añadido a pie de página alguna nota explicativa.