Historia de una saga X. Una boda en tiempos de Azaña

“Madre, te presento a Benita”, le dijo Josemari a Aquilina, quien a sus 62 años mantenía una vitalidad envidiable, quizás porque tenía que prestar más atención a su marido, que todavía no había vuelto de su trabajo en la fábrica de cementos Asland y eso que estaba bien cerca, que a sus dos hijos. Josemari llevaba ya años recorriendo las mejores farmacias de Bilbao aunque bien es cierto que con sueldos exiguos, pensaba Aquilina, que no hacían justicia a la labor de su hijo, autodidacta, porque había tenido que dejar los estudios en los Salesianos de Salamanca antes de tiempo. Su hijo mayor, Eusebio sí había tenido tiempo de formarse, pero salía más a su padre. Efectivamente, Josemari era el ojito derecho de la salmantina nacida en Ledesma.

Benita y Aquilina, frente al tópico, hicieron buenas migas. Tal vez el carácter de la riojana cuadraba con el de aquella que se había criado en la casa de un catedrático. Lo cierto es que cuando Benita le comentó a su futura suegra que le había animado a Josemari a coger algunas representaciones de laboratorios farmacéuticos, Aquilina le alabó la idea. Su hijo tenía 27 años y era hora de que se independizara y aquella joven parecía buen partido.

“Ya era hora de que llegaras a casa, haragán”, le dijo Aquilina a su marido cuando sintió que se abría la puerta. Se habían trasladado desde Rekalde hasta Basurto, a la calle Particular de Alzola, para que su marido estuviera más cerca de la fábrica donde trabajaba de guarda jurado. José se quitó el correón de cuero que le cruzaba el pecho con una gran placa en el centro que señalaba su cargo de guarda jurado y lo colgó en el perchero de la entrada. “No te pongas nerviosa Aquilina que sólo me he entretenido un poco”, le contestó.

A esas alturas de su matrimonio con el fugitivo de Argentina, como también le gustaba llamarle, poco podía hacer para enmendar a aquel hombre que no era mala persona, pero tampoco una lumbrera. Menos mal que su Josemari no había salido al padre. “Está aquí Benita, la novia de tu hijo pequeño, salúdala”. José, a quien llamaban Pepe, se acercó adonde Benita, quien entendió a la primera el enfado de Aquilina. Su futuro suegro no había estado en misa precisamente. Un fuerte olor a vino peleón le llegó antes de que le diera los dos besos correspondientes. Pero, a su modo, Pepe le cayó simpático, quizás fuera un tanto tarambana, como dedujo de aquel rápido diálogo entre el matrimonio, pero tenía una mirada limpia, aunque quizás algo turbia en aquel momento debido a un indudable buen chiquiteo.

La pareja decidió aquel verano de 1932 que más parecía invierno que se casarían en unos meses, en cuanto Josemari asumiera unas representaciones más. Había pasado por las farmacias de Zuazagoitia, Agirrezabala (donde se aficionó más al Athletic, si cabe, después de conversar con los Txirris, mejores futbolistas que farmacéuticos, a quienes Josemari sacó de más de un aprieto), Sainz de Buruaga y Recalde, donde trabajaba entonces. Ya llevaba las representaciones para Bilbao de Laboratorios Amorós de Alcoy, famosos por su Bioscardiol, una sal de alcanfor de gran éxito en aquel momento, el producto estrella de la firma, con el Fagocitogen, que contaba con la dosis justa de estrictina para aliviar la tos sin llevarse al paciente al otro barrio. Así que se puso en contacto con los laboratorios Cantabria de Santander, que serían tan importantes en su vida unos años más tarde, con lo que ya empezó a tener un sueldo decente, al menos para poder ser aceptado por Benita.

Josemari ya llevaba entonces la representación de Laboratorios Amorós de Alcoy, famosos por su Bioscardiol, una sal de alcanfor de gran éxito en aquel momento.

La riojana, todavía menor de edad, vivía con la alegría femenina que se disfrutaba en un país que acababa de aprobar la ley del divorcio. No es que hubiera tenido mucho éxito, ya lo había dicho Clara Campoamor, “al esclavo liberado no se le borra fácilmente el pliegue de la servidumbre”, pero se podía notar en el ambiente de una gran ciudad como Bilbao ese aire de liberación que había traído aquel tercer gobierno republicano de Manuel Azaña, que tenía al bilbaíno y socialista Indalecio Prieto como ministro de Obras Públicas. Benita y Josemari, cómo no, disfrutaban de esta representación política en el gobierno de España de la ciudad que les había acogido.

Así que a sus respectivos 27 y 23 años, Josemari y Benita, una fría mañana de invierno, contrajeron nupcias, acompañados de una reducida representación familiar, más que nada por la hora que habían elegido para la ceremonia. A las siete y media del sábado 18 de febrero de 1933, la pareja salmantino-riojana se casaba en la iglesia de San Francisco de Asís, más conocida como Quinta Parroquia, el templo más cercano al domicilio de Josemari en aquel entonces, flamante obra del neogótico, proyecto del arquitecto Luis de Landecho, que había recibido la Medalla de Oro de la Exposición de Bellas Artes de 1890 en Madrid, aunque no sería hasta 1902 cuando se inauguró. Construida con piedra caliza del monte Oiz, la enorme iglesia sobrecogió a los novios aquel día cuando, sin amanecer, ambos accedieron al desposorio.

Pero Benita era valiente y Josemari, a su modo, también, así que decididos abordaron lo que era un trámite antes de partir de viaje de novios a San Sebastián. Ya dejarían la boda por el Juzgado para la vuelta (tenían cita para el 4 de marzo), que lo importante era tener el visto bueno de la Iglesia para que la menor de edad pudiera abandonar el domicilio familiar. Por supuesto, la Bella Easo cautivó a la pareja que pasó más tiempo en el Hotel Londres que paseando por La Concha si se tiene en cuenta que la ochomesina María Victoria, cuyo nombre tiene claras connotaciones donostiarras, nacería el 28 de noviembre de aquel año.

Benita y Josemari se fueron a vivir con los padres de éste. No era mal apaño, ya que ambos trabajaban en las Siete Calles, mucho más accesibles desde Basurto que desde Burceña. Además, la casa de Particular de Alzola tenía tres habitaciones, una para cada matrimonio que allí residía: los padres, Aquilina y Pepe, y los hijos con sus respectivas esposas, Eusebio y Anita, que ya habían tenido dos hijos, José Luis y Julio, que dormían en su cuarto, y los recién llegados.

Todos residían en armonía, la primavera comenzaba a asomar cuando se instalaron los dos tortolitos. Miel sobre hojuelas, aunque cierto bullicio sindical comenzaba a alterar la alegre cotidianeidad republicana, después de los sucesos de Casas Viejas entre el 10 y el 12 de enero de aquel año, cuando la Guardia Civil había disparado sin miramiento contra unos sindicalistas de la CNT en un enfrentamiento que indignó a todo el país, después de que murieran asesinados diecinueve hombres, dos mujeres y un niño. El acontecimiento llevaría a la dimisión de Azaña como presidente de la República. Y, al mismo tiempo, las fuerzas de la derecha, tradicionalistas, la Iglesia y el Ejército continuaban con la confabulación contra la República, a pesar de que su primera intentona, el golpe de estado del general Sanjurjo el 10 de agosto del año anterior, había fracasado.

En ese ambiente, la fábrica de cementos Asland, la casa de los García, Bilbao, en general, eran un oasis. Las huelgas aleccionadas por la CNT y la UGT y la recién creada Acción Nacionalista Vasca, organización laica y progresista que no tenía miedo al uso de la violencia, como los dos sindicatos, no llegaban a Basurto… hasta que a primeros de mayo, después de una tumultuosa celebración del Día del Trabajador, los revoltosos comienzan a preparar acciones en todo el Gran Bilbao, desde Santurtzi a Basauri, Enekuri o Erandio. Esa primera semana de mayo, era habitual escuchar estallidos de disparos y bombas que rompían el silencio de la noche. Y también eso se vivía en la casa de Particular de Alzola.

En la mañana del 8 de mayo, Josemari y Benita se despertaron sobresaltados por los gritos de Aquilina y Pepe. “¿Qué ha pasado?, ¿Cómo vienes tan alterado que has perdido el color de la cara, nunca te había visto así de lívido?”, le decía una nerviosa y preocupada Aquilina a su marido. Había estado trabajando en el turno de noche, pero llegaba a casa puntual, como si no hubiera parado a tomarse unos moscateles en las tascas camino a casa. Josemari le contaba a Benita, que ya se iba haciendo a las alegres costumbres de su suegro, lo extraño de aquella situación. Demudado, Pepe le respondió: “Ahora te lo cuento Aquilina, no sé ni como estoy vivo, pero, bueno, si salí de la Guerra de Cuba y de los escarceos con los cuatreros en la Pampa, parece que esa buena suerte viene conmigo hasta la tumba. Lo bueno es que estoy vivo”.

Lo que ocurrió aquella madrugada del 9 de mayo de 1933 no lo recogen las crónicas periodísticas, pero la verdad, tal como fue, se la contó Pepe a su esposa, sentados ambos en la cocina de la casa familiar aquella mañana que pasará a la historia de los García Romero.

Crónica del diario “La luz de la República” del 9 de mayo de 1933.

ARROJAN BOMBAS A UN CAFE EN SESTAO.

OTRAS EXPLOSIONES

BILBAO, 9. De madrugada se tuvo noticia de que en Sestao, desde un montículo que existe frente al cuarto de socorro, unos individuos que se hallaban apostados arrojaron dos bombas, que sin duda iban dirigidas contra los clientes de mx café muy conocido, sito junto al citado centro benéfico. Una de las bombas hizo explosión, pero no causó daños, y la otra no estalló y fué recogida por la Guardia Civil.

Cercana al lugar del suceso se hallaba una pareja de dicho Cuerpo, que hizo varios disparos contra los alarmistas, que huyeron. A las dos menos cuarto de la madrugada se oyeron seis o siete explosiones, y la Policía se puso en movimiento para averiguar dónde se habían producido.

Las primeras explosiones partieron, según se supone, pues todavía no ha podido comprobarse oficialmente, de la zona comprendida entre los barrios de Elorrieta y Enecuri, y las siguientes, del barrio de Caatrejana, donde está situada la fábrica de cementos Asland.

Hacia este último lugar se encaminó a toda prisa el comandante de Seguridad Sr. Quesada, y con fuerzas de la Guardia Civil logró dar el alto a tres individuos que, por Basurto, venían hacia el centro de la capital. Los desconocidos huyeran. Se organizó su persecución, y uno de ellos pudo ser apresado. Llevaba consigo una pistola y 21 cápsulas y tenia las inanos manchadas como por haber estado removiendo tierra. Los otros dos lograron desaparecer.

Continúa la vigilancia estrechísima en las calles.

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